martes, 5 de noviembre de 2013

“Supongo que hay mucho de síntoma en Pizarnik, por eso me parece tan cercana. Describe con sus diarios síntomas de esto que se llama depresión aunque a mi no me guste el apelativo. Y todo coincide de tal manera que el miedo me crece y a la vez me envuelve, su lectura me envuelve. Me siento menos sola, pero más aislada. Es raro.”

—  la coincidencia

domingo, 6 de octubre de 2013

Diario, Pizarnik

Lo que pasa es que cada vez que descubro algo, algo terrible y peligroso, necesito comprobarlo con mi sufrimiento. Quiero decir, por haber descubierto que no hay dios necesito castigarme. O por cualquier otra cosa. Todo es bueno para destruirme. Pero no quiero caer en el convencionalismo psicoanalítico. Si lloro porque sufro, si quiero vivir, si hago un esfuerzo por salir de este estado lamentable, es que no quiero sufrir. Con decir que soy masoquista no resuelvo nada. Si gozo en el sufrimiento (pero es que gozo, pero ¿por qué protesto y grito tanto?) no es posible entonces que haga todo lo posible e imposible por salir de mi depresión. Hace años que estoy protestando y quejándome por mis angustias, en diarios, en poemas, en conversaciones con amigos y enemigos, en el psicoanálisis.
A veces me pregunto si mi enorme sufrimiento no es una defensa contra el hastío. Cuando sufro no me aburro, cuando sufro vivo intensamente y mi vida es interesante, llena de emociones y peripecias. En verdad, sólo vivo cuando sufro, es mi manera de vivir. Pero algo en mí no quiere sufrir. Algo quisiera observar y callar, analizar y tomar nota. (La novelista que llevo dentro, y que cuándo pero cuándo se va a decidir a escribir.) La consideración de mi vida me da vértigos. Me veo en el pasado, me imagino en el futuro, y todo comienza a girar, y todo es demasiado grande, inabarcable, mi vida es demasiado grande para mí; tal vez yo no me merezco, tal vez yo soy demasiado pobre para poder aceptar y contener todo lo que he vivido y sufrido. (Esta sensación de escisión de mi ser me aterroriza. Es constante.) Una sola cosa sé: mi problema esencial es con la gente, con los otros. Y todo es muy sencillo: si los otros me sonríen soy feliz. Si me miran con hostilidad sufro como un personaje de tragedia griega. Pero no es tan simple: también hay una que soy yo a la que le importa absolutamente nada los otros, hay alguien que se encoge de hombros ante los otros y lo que puedan y lo que puedan pensar o hacer.

martes, 24 de septiembre de 2013

Te odio. ¿Te odio? Ojalá.
No.
Ahora que lo pienso no debo.
El odio es un sentimiento tan fuerte.
La idea es no sentir nada.
Indiferencia, sí, eso es lo contrario al amor.
Pues diré entonces que me sos indiferente desde ahora.
¿Me crees?
¿Por qué me importa si me crees? Se supone que ya no existís.
Fallé.
Un día en medio de mi desesperación decidí arrancarte de mi corazón. Incluso llegué a inventar chicos ficticios que me distrajeran de tu presencia, pero siempre estabas ahí, tan fuerte, tan presente y tan pendiente que al llegar a casa no me quedaba de otra que llorar, morder la almohada y resignarme a tu existencia, fuerte e inmutable.

jueves, 19 de septiembre de 2013

Sos vos, sos quien me inspira tantas cosas buenas y malas. Me hacés sentir feliz y a la vez confundida, sos quien me trata bien en un día y al otro ni me conoce y entonces me pregunto si es alguna clase de juego retorcido del cual disfrutas mientras yo me retuerzo de dolor.

Porque duele, seguramente para vos no es más que diversión inofensiva, pero acá, yo, siento en el fondo de mi alma un vació que no se llena con nada ¿cómo llenar algo que solo vos podés llenar y a la vez sos el único causante?